La principal visión respecto al accionar de las empresas, sobre todo de carácter transnacionales, en América Latina es negativa y con justa causa a raíz de las innumerables actividades extractivas y económico financieras que han desarrollado o aún realizan en el continente sin medir el impacto negativo sobre el ambiente y las poblaciones locales.
Son numerosas las instituciones, organizaciones y mismo, cada vez más, las normativas de carácter nacional e internacional que visibilizan dichos accionares negativos, destacándose la labor de las lideresas ambientalistas y de los movimientos sociales. Sus actividades no deben cesar, ya que son la voz de la conciencia de una identidad originaria que también une al continente, y fue dejada de lado o poco valorada.
No obstante, la mayor parte de las labores académicas, políticas o sociales apuntan a una denuncia del accionar negativo de las empresas, que en una primera etapa de toma de conciencia está bien, pero a ello comienza a ser imperativo sumarle el carácter propositivo.
Desde un sentido pragmático, la realidad impone que dichas empresas son las que manejan el flujo de capitales, que hasta ahora lo han ejercido sin muchas restricciones. Parámetros tales como la violencia directa o estructural producto del mal uso del poder de las instituciones gubernamentales, e incluso la violencia cultural, en términos de Galtung, ayudan a construir una imagen más completa del panorama sobre el cual trabajar.
Sin embargo, estamos viviendo una época de cambio de paradigma en términos de desarrollo, donde la ciudadanía empieza a demandar nuevos métodos de producción y consumo. Sea por como los afecta el método de producción, sea por como los afecta los productos a consumir o simplemente por conciencia. Desde la lógica de mercado actual eso implica una demanda que el mercado no puede dejar de atender, y debe ser acompañado por grupos de trabajo jurídico transdisciplinarios. Es tiempo de cambiar la lógica de producción de material académico jurídico para estar a la atura de la realidad imperante, se debe ser capas no solo de producir contenidos, sino que asimismo sea nutrido por las diferentes ramas científicas especializadas en los distintos aspectos para facilitar la transición hacia un desarrollo sustentable transversal en todos los sectores sociales, económicos, culturales y políticos. Implica un mayor esfuerzo intelectual pero el trabajo transdisciplinario posee un potencial ilimitado, y es lo que hace falta, unir en un mundo de recursos dispersos.